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Transcantábrico Gran Lujo: Un relato de viaje de lujo en rieles a través del norte de España
Subimos a bordo del Transcantábrico Gran Lujo. Un viaje de ensueño desde San Sebastián hasta Santiago de Compostela a través de vías antiguas
2019-10-17
Un relato de viaje desde Transcantábrico Gran Lujo
- uno de los viajes en tren más lujosos del mundo.
(El relato es del programa de 2019, que puede haber cambiado desde entonces).
Este viaje sobre raíles para sibaritas arrancó en agosto con una visita guiada por San Sebastián, que había amanecido luminosa, acogedora, tomada por veraneantes rumbo a las playas de Ondarreta, La Concha y La Zurriola. Los pasajeros del Transcantábrico Gran Lujo, protagonistas de una aventura turística de cinco estrellas, fueron citados por Renfe en el hotel de Londres y de Inglaterra, edificado en el siglo XIX con vistas a la bahía, que alojó a Henri Marie de Toulouse-Lautrec, la archiduquesa Isabel de Austria o a la espía Mata Hari.
Es hora de comer, y algún viajero contiene las ganas de abalanzarse sobre una agrupación de anchoas y atún expuesta en la barra de un bar de la calle de la Pescadería de San Sebastián, o sobre los timbales de morcilla, o sobre la miniparrilla de bacalao. Un almuerzo iniciático para el grupo que eligió unas vacaciones a todo tren, que después comerá en el restaurante del hotel, La Brasserie: ensalada templada de changurro, rodaballo a la plancha con refrito de Orio, lomo de chuleta y crema de queso. Comienza la travesía: ¡Viajeros, al Transcantábrico! El callejeo por la Bella Easo, las explicaciones sobre la basílica de Santa María del Coro y los balcones numerados de la plaza de la Constitución inauguraron una agenda turística que ese mismo día, a media tarde, acercaría a los viajeros hasta un Bilbao cosmopolita.
El autobús corporativo que será nuestra sombra durante estas jornadas de disfrute y ocio se detiene en el punto de embarque del crucero ferroviario más lujoso del mundo y que desde el 23 de marzo y hasta diciembre cubre la ruta de vía estrecha entre San Sebastián y Santiago, y viceversa. Ocho días y siete noches placenteros, concebidos para satisfacer las exigencias de un cliente interesado en combinar la gastronomía con una cómoda inmersión en el patrimonio de la España verde. Son clientes nacionales y extranjeros, al 50% según las fechas, que desean compaginar el paisaje norteño con el solomillo en salsa de Cabrales y la mariscada gallega, el chupito de crema de puerros con el Museo Guggenheim o la fabada y la sidra Gran Bouquet con las cuevas de Altamira y las escarpaduras asturianas.
El tren avanza por la cornisa cantábrica despacio, a 45 kilómetros por hora, para que el pasaje contemple el detalle de una geografía tan bella y diversa como el patrimonio cultural al alcance de los viajeros llegados de Ibiza, Cataluña, Navarra, Guadalajara, Madrid y Tasmania (Australia).
Llegamos de San Sebastián a Bilbao en autobús para abordar el tren y pernoctar en Villasana de Mena. La primera cena del crucero se sirve en el restaurante Ibaia, de Gordexola, en las Encartaciones vizcaínas. Pisto a la bilbaína, bacalao al pilpil y panchineta. El grupo duerme su primera noche en suite ferroviaria. Para facilitar el sueño, la organización dispuso que el convoy se detuviera durante la noche en estaciones de vía estrecha de la ruta. Tranquilas, sin tráfico ni molestias nocturnas.
Por la mañana, quien quiera desayunar puede hacerlo entre 8.30 y 9.30 en el salón comedor, vecino de un coche cocina, equipado para servir almuerzos de copete en viajes turísticos, congresos o de negocios. El tren se pone en movimiento a las ocho de la mañana. Surge entonces el refinamiento sensorial. Todavía en la cama, retozando entre algodonosas sábanas, el pasajero puede extasiarse observando por el ventanal de la suite la sucesión de tonalidades del verde cantábrico.
El desayuno es de bufé o a la carta. El camarero, siempre atento y sonriente, recibe en el salón comedor a un pasaje que va conociéndose. Periódicos nacionales y extranjeros y una colección de historia y novela completan la biblioteca de la atalaya móvil. Antes de las diez abordamos el acolchado autobús de escolta, que nos deja a las puertas del Guggenheim sin aglomeraciones ni esperas. Se agradece. Los viajeros se pierden por las distintas salas de la exposición L’art en guerre. Francia, 1938-1947: de Picasso a Dubuffet.
Almuerzo en el tren y llegada a media tarde a Santander, con rincones y señoriales alturas sobre El Sardinero que evocan el esplendor de una ciudad sobrada de historia y ofertas. Parada de paseante en la playa capitalina y cena en La Mulata. Algunos comensales bromean sobre el rótulo comercial, que asocian a los estragos causados por las mulatas entre los criollos antillanos, desconocedores de que la mulata es un marisco de la familia del cangrejo y los centollos. Cantabria nos ofrecerá el esparcimiento en Potes, la ebullición de su mercadillo turístico, el Lignum Crucis del santuario de Santo Toribio de Liébana, la universidad y arquitectura de Comillas, el palacio La Bodega de Cabezón de la Sal y una inmersión en la empedrada Santillana del Mar, abundante en leyendas y edificaciones de estructura medieval.
El Transcantábrico sigue su curso entre Ribadesella y Arriondas. Una detallada explicación sobre uvas y técnicas de destilación reúne a los viajeros en una bodega de la ruta hacia el santuario de Covadonga. Tras la ponencia y generosa cata de vinos, la gente compra quesos, mermeladas perfumadas y otras exquisiteces. En marcha otra vez. El zigzagueo por la curvada carretera de los Picos de Europa, el macizo montañoso más agreste de la península Ibérica, por Asturias, Cantabria y León, nos aproxima a laderas y cimas casi peladas, pétreas, impresionantes. Venciendo el vértigo y atravesando brumas y repechos, llegamos a las orillas del lago Enol, de 750 metros de largo y 400 de ancho, situado a 1.070 metros de altura, el más grande de los lagos de Covadonga, a 21 kilómetros de Cangas de Onís. Foto de familia y un solomillo de escándalo en Casa Fermín, Oviedo.
Dejando atrás cumbres y orujos, el tren se dirige desde Candás hacia Luarca, previa visita al centro cultural Oscar Niemeyer de Avilés y a la Universidad Laboral de Gijón.
El Transcantábrico se acerca a su última parada por la ruta de los hórreos y las casonas de indianos, por Ribadeo y su puerto, por Viveiro y las cinco playas de su litoral La Mariña. La fiesta de despedida en el coche pub, engalanado con serpentinas, agrupa a tripulación y pasajeros, que bailan juntos el trenecito. De mañanita, salimos hacia Ferrol con destino final en la plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela, cuya historia, patrimonio y simbolismo detalla una guía local en la última reunión del grupo. Abrazos, intercambio de correos y hasta la próxima. ¡Viajeros al tren!, a un tren muy especial.
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